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"Futuro Brillante: Novedades de la Comunidad Valenciana"

Es complejo realizar predicciones sobre el futuro, pero puedo afirmar una cosa: el País Valenciano que se vislumbra no tendrá nada en común con el actual. La línea de costa se transformará aún más de lo que ya ha experimentado. Dañada por la erosión litoral causada por construcciones como el Puerto de Valencia, tendrá una menor capacidad para resistir el aumento del nivel del mar, que ya se mide en palmos, no en simples dedos. Para el año 2100, en el que vivirán algunas personas que hoy ya tienen derecho a voto y que quizás estén leyendo estas palabras, se prevé un incremento de alrededor de 70 centímetros. Esto será suficiente para ocasionar enormes problemas en la red de carreteras y ferrocarriles, en el sistema de alcantarillado, en la primera línea de costa (sí, esa donde el indigno Mazón y su discípulo del ladrillo, Martínez Mus, pretenden seguir edificando) y en diversas infraestructuras. Además, todo esto conllevará la desaparición o alteración drástica de una buena parte de las playas que conocemos hoy en día, así como de los ecosistemas litorales que aún perviven.

En los próximos tres siglos —un tiempo corto según las coordenadas históricas y un fugaz chasquido de dedos según las geológicas— el nivel del Mediterráneo podría subir más allá de los 5 metros. No hablamos ya de arena o recuerdos perdidos, de bombeos o reparaciones millonarias. Hablamos de una retirada en toda regla, de la desaparición de buena parte de esa identidad valenciana por la que dicen preocuparse quienes en realidad la desprecian.

En las próximas décadas lloverá menos, pero lo hará con mayor torrencialidad, algo que desgraciadamente ya hemos podido comprobar de la forma más dolorosa posible. Las vidas humanas están y estarán en un riesgo creciente. Los cultivos, los bosques y los marjales necesitarán más agua por la subida de temperaturas, pero recibirán menos, especialmente en los momentos críticos. El suelo se cuarteará, los pájaros migrarán, las cosechas languidecerán. Mutarán los paisajes y tacharemos recetas de los libros de cocina. Seremos un país que se asemejará peligrosamente a un desierto, pero me temo que como ahora, cuando el yermo ya se anuncia y el diluvio se sufre, seguiremos viviendo en la fantasía del agua infinita, del verde jardín inmarcesible al que le cantaba Ibn Jafaya.